Miedo, incertidumbre, ansiedad, angustia, pensamientos negativos, insomnio, preocupación. Son algunos de tantos síntomas posibles ante el diagnóstico de una enfermedad o trastorno en nuestro hijo. No es más que una respuesta normal ante el peligro y que a todos los padres y madres que hayan vivido algo parecido les resultará familiar.

Estos síntomas aparecen desde que se empieza a observar que algo no funciona bien o tras la llamada de un teléfono diciendo que ha aparecido algo que no debería de estar así (mi caso). ¿Qué le ocurre? ¿Qué le pasará? ¿Por qué a mi niño? ¿Por qué a nosotros? Es alguna de las preguntas que surgen y que son normales que aparezcan en un estado de alerta y peligro pero que hay que saber gestionar para que no aparezcan otros problemas a nivel emocional.

Pero no siempre la adversidad une a la pareja y es el motivo o la gota que colma el vaso para que la pareja se rompa. La culpa, la ansiedad o la falta de comunicación pueden incidir en una relación que, si ya de por si es complicado mantenerla estable, aún más cuando aparece el huracán emocional que conlleva una enfermedad en lo más preciado que tenemos: nuestro hijo.

Normalmente tras el nacimiento de un hijo los roles se acentúan, la madre sufre una transformación emocional, se olvida de sí misma y se convierte en una cuidadora absoluta, esto debe de ser así porque el bebé nace indefenso y dependiente en todo. En este transcurrir de días (que pasan de manera velocísima) la madre se despierta pensando en el bebe y se acuesta (si lo consigue) pensando en él. Pero el padre también sufre una transformación, siempre se habla de la depresión posparto de la madre pero en el caso de la paternidad también hay rasgos muy significativos, cambia la manera de ver la vida, de su responsabilidad e incluso de su función en ella. Cada persona, dentro de sus individualidades, reacciona de una manera distinta pero es evidente que existe también una transformación.

Este hito, el nacimiento de tu bebé, es la primera de las grandes pruebas de pareja que hay que superar y está claro que quien lo supera, sale más fortalecido y más comprometido el uno con el otro. Sin embargo, si existen problemas con antelación (falta de comunicación, faltas de respeto, desigualdad en los roles…) no es un buen predictor de una adaptación correcta a este cambio de vida.

Otra de las pruebas que sufre la pareja es cuando surgen los problemas con los pequeños. A veces puede ser una manera distinta de educar, un problema psicopedagógico en el niño, un temperamento difícil o un diagnóstico de una enfermedad o trastorno.

Trabajo orientando a padres y madres desde hace 12 años y eso me ha dado una visión externa de las diversas maneras de enfrentarse a los problemas con los pequeños. En la mayoría de los casos las carencias emocionales individuales de los padres inciden tanto en la forma de enfrentarlo como a la hora de educar.
Pero todo se magnifica cuando se recibe el diagnostico de una enfermedad en nuestro pequeño. Nuestros miedos, nuestras angustias, nuestras carencias y nuestra forma de enfrentarnos al mundo se ven totalmente expuestas. En el caso de la pareja la manera que han tenido hasta ese momento de comunicarse es clave para la buena adaptación a la nueva situación.

Después del periodo de incertidumbre y bloqueo que puede ir acompañado de llanto le sigue una fase de culpa y desesperación. Es ahí cuando empieza a cobrar importancia como es la relación inicial de pareja. Es necesario una buena comunicación y comprensión, empatía y unión en todo el proceso que se vive.
A continuación os pongo unos consejos que son básicos en este momento que es tan amargo y angustiante para los padres:

– Buena comunicación, hay que hablar entre los dos, sincerarse, decir los miedos y las culpas que se estén creando en el interior de cada uno. Es importante decir cómo se siente y ser escuchado y apoyado.

– Los dos estáis sintiendo el mismo miedo y angustia. Es probable que cada uno lo demuestre de una manera distinta pero la intensidad es la misma. No cuestionaros que porqué uno no llore o se ría en un momento dado o hable de otra cosa, no está sintiendo interiormente todo el peso del problema.

– Buscar información correcta y fiable, ir a un profesional e informarse de todo lo que le ocurre a vuestro hijo. Manteneros unidos en esta tarea. Es importante no huir del conocimiento, la ignorancia provoca ansiedad porque nos da inseguridad.

– Manteneros activos, hacer actividades juntos, aunque sea un rato a la semana. A veces ir a pasear juntos de la mano hablando del tiempo que hace es suficiente para salir de la rutina.

– No monopolizar vuestras conversaciones con la situación que estáis viviendo. Os hará centraros tanto en el problema que dejareis de ver las cosas bonitas y buenas que está haciendo y consiguiendo vuestro hijo en ese mismo momento.

– Tomar decisiones juntos, que no solo sea uno de los dos quien controle la situación, coja cita en los médicos, hable en consulta. Participar los dos, antes, durante y después de las visitas al médico.

– Enfrentaros al problema, hablarlo con normalidad, en la familia, los amigos y el trabajo. La aceptación plena de lo que nos ocurre nos tranquiliza, en cambio el ocultarlo nos martiriza.

– Quejarse poco, la queja no hace bien, no expresa buenas emociones y lo peor de todo, no te ayuda a ver la vida de manera adecuada.

Es un tema muy amplio y seguro seguiremos hablando de ello. Espero que os ayude y sobre todo espero que ayude a vuestros hijos. La familia es lo más grande que tenemos y nuestra forma de relacionarnos será la que marque la diferencia a la hora de enfrentarnos a la vida.

 

monica

Mónica Dorado Sampedro

Licenciada en Psicología y experta en “Trastornos del habla en edad escolar”.