Hace poco me han pedido que haga (en tercera persona) un pequeño escrito de por qué soy maestro. Mientras lo escribía tenía presente que yo siempre he dudado de mi vocación. Quizá he dudado no porque no la tuviera sino porque no sabía identificar que vocación era lo que era.
Para entender por qué aquella mañana Javier Bernabeu estaba, de nuevo, a las puertas de la Universidad no hay que irse muy lejos. Basta con retroceder dos años. Basta con irse al momento en que alguien le preguntó:
¿Cuál es el origen?
Tras más de 12 años de aula con niños de todos los cursos de primaria Javier hizo un receso para enrolarse en el mundo editorial. ¡Incomprensible! ¡Alta traición! ¿Cómo es posible que ese maestro que insistía claustro tras claustro y reunión tras reunión en que el mejor libro de texto es un cuaderno en blanco que se debe ir llenando de experiencias se vaya a hacer libros de texto?
De repente, ese maestro, que dudaba de su vocación, ese que decía de sí mismo que lo suyo no era vocación sino dedicación, descubrió que su problema era que, quizá, no comprendía bien el significado de tamaña palabra.
En su etapa editorial no eran pocos los que quedaban sorprendidos con las vivencias docentes del profe sin vocación. No eran pocos los que le repetían lo incomprensible de su decisión. ¿Acaso se trataba de una penitencia?
Tanto a profes como editores les faltaba un dato. Un dato importante que al profe sin vocación le hizo tomar esa extraña decisión. No era más que la DIFUSIÓN.
¿Se atreverían en la editorial a transformar un libro de texto en un cuaderno en blanco? De algún modo le dijeron: sí. Le dijeron: ¡adelante!
El profe sin vocación que en su cole consiguió que las puertas de las aulas estuvieran siempre abiertas para que el virus de la educación corriera libre por el cole, estaba ahora en disposición de utilizar un magnífico altavoz.
Pasó 5 años recorriendo España, compartiendo con maestros cómo aprendían matemáticas “sus niños” (sí, “sus niños”, porque los maestros son muy posesivos y consideran a cada niño como parte de sí). El profe sin vocación compartía, con emoción, que todo lo que el niño aprendería “de mayor” tenía su origen en la infancia… Pero, ¿cuál es el origen? ¿Cómo empieza todo?
¡Maldita sea! ¿Acaso las etapas están desconectadas? El profe sin vocación investigó, leyó, buscó… ¡Y encontró! Encontró la conexión.
Empezó a recorrer aulas de infantil de decenas de colegios. Se empezaron a poner en práctica extraños juegos con los que de manera “casi mágica” los niños conectaban conocimientos. Él veía claro que eso que ocurría en infantil germinaría en primaria en forma de bella flor. Solo había algo en esa idílica escena que provocaba distorsión en el profe sin vocación:
Esos no eran “sus niños” y nunca lo serían.
Y, Javier, maestro posesivo como el que más, decidió que también quería que esos niños fueran suyos.
¡Ajá! Ese es el quid de la cuestión… Él no sabía que esa ansia de posesión en el mundo de la educación se llamaba VOCACIÓN.
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Profe Bernabeu.