[vc_row][vc_column width=»2/3″][vc_column_text]Manuel Serrano Funes
[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/3″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»2/3″][vc_column_text]Voy a escribir una perogrullada. No existe un método de lectura para enseñar a leer a nuestros hijos. Alguien habrá dicho ya: ¡pues claro! Vaya descubrimiento. Cierto, no es un descubrimiento. Existen, han existido y existirán muchos métodos para tratar de enseñar a leer.
Si damos un repaso por la literatura, los podemos separar en varios tipos:
Silábicos: la unidad mínima es la sílaba: Primero consonante y después vocal. Y después, al contrario.
Fonéticos: la unidad mínima es el sonido aislado. Casi cada grafema (letra) se representa con un sonido.
Inductivos. Parten de la unida mínima (fonema) para llegar a la sílaba y después a la palabra.
Deductivos. Al revés que el anterior.
Y los cientos de combinaciones que se pueden hacer entre ellos.
Destacaremos un hecho: la primera lectura que realiza un niño es global. Pongamos un ejemplo. Ante el anagrama de un restaurante de comida rápida que se representa con un M, el niño de menos de tres años es capaz de leer “Macdonal” o “Carrefur” o cualquier otras. Y sí, esto es lectura.
Entendemos lectura como el paso de signo gráfico a signo hablado o entendido.
Porque leer y comprender no es lo mismo. Pongamos otro ejemplo: lo que estás haciendo ahora es leer y comprender (si es que soy capaz de explicarme, claro).
Lo que vas a hacer ahora también es lectura:
Wittenbergplatz (sí con todas esas letras) A no ser que la conozcas o sepas alemán, difícilmente sabrás que se trata de una plaza de Berlín.
Te dejo otra más cercana:
“A espentes i redolons”. Seguro que la has leído. Es decir, el acto de leer está conseguido, aunque nos chirríe esa “i” latina en medio. Es valenciano y significa “a trompicones”
Con esto quería dejar constancia del tema de la lectura y el tipo de lectura.
Vuelvo al principio: no existe un método de lectura. Existen niños a los que hay que enseñarles a leer.
Cuando hablamos de niños no estamos pensando en un ser extraño, amorfo, incorpóreo sino en un ser de carne y hueso que asiste a un centro escolar y que trae consigo el bagaje de su medio y sus limitaciones.
En muchas ocasiones, cuando una mamá (sí, aquí siempre es la mamá) acude a consultarte cómo le puede ayudar a su hijo/a para que aprenda a leer y le contestas que se lo pregunte a la maestra y que siga su método, se queda perpleja. Pensemos que cuando acude a ayuda externa es porque el método no funciona para su hijo.
La adaptación del método al niño es la clave. No al contrario. Así pues, casi todos los colegios tienen un método de lectura que les ha funcionado. Un método experimentado y contrastado con el que han aprendido a leer muchas promociones. Un método que arranca en infantil, con aquello de la prelectura y la preescritura. Un método con el que los niños del aula de cinco años salen listos para tomar los libros de primaria. Los libros de los mayores.
Debemos recordar que la enseñanza es obligatoria en España desde los seis años, antes no. Con lo que no es preciso ni necesario que el niño entre en el colegio sabiendo leer y escribir. Para eso está el ciclo inicial.
Pero la cuestión es otra: la presión social del medio. La presión social a la que se ven sometidos los docentes. Las diferencias entre unos niños y otros quedan patentes en el primer proceso intelectual de la lectura.
Pero ¿qué es la lectura? Respuesta sencilla: la decodificación de signos gráficos
en palabras (para ser pronunciadas en voz alta o mediante representación mental). Sencillo ¿verdad?. Pues no. Es más complicado de lo que parece.
Vamos a hacer un algoritmo.
Para leer necesitamos,
—letras, palabras, frases, signos, dependiendo del método que utilicemos.
—una vía de acceso a lo escrito o dibujado, lo que llamamos input: vista o tacto.
—interés por la lectura.
—mantener la atención
—reconocer, distinguir y diferenciar un signo de otro.
—hacer coincidir cada signo con su sonido, (en nuestro castellano de España hay algunas que son algo más complicadas):
c/z casa (Kasa y cera suena Zera)
b/v no hay diferencia fonética, es decir se pronuncian igual.
g/j geranio, Jerememias.
ll/y lleno y yema (solo los lleistas los diferencian)
h, esa que sirve menos que un bañador en una tormenta. (No suena. Es como el lápiz blanco que se pone en las cajas de pinturas escolares)
Y con esto casi leemos. O mejor dicho traducimos signo a sonidos. Por aquello de lectura y lectura comprensiva,
Leer es un proceso muy complicado. En él intervienen varias funciones ejecutivas superiores.
“Memoria de trabajo: capacidad de almacenamiento temporal de información y su procesamiento. Se trata de un espacio en el que la información específica está disponible para su manipulación y transformación durante un periodo particular de tiempo.
Planificación: capacidad de generar objetivos, desarrollar planes de acción para conseguirlos y elegir el más adecuado en base a la anticipación de consecuencias.
Razonamiento: facultad que nos permite resolver problemas de diversa índole de manera consciente estableciendo relaciones causales entre ellos.
Flexibilidad: habilidad que nos permite realizar cambios en algo que ya estaba previamente planeado, adaptándonos así a las circunstancias de nuestro entorno.
Inhibición: capacidad de ignorar los impulsos o la información irrelevante tanto interna como externa cuando estamos realizando una tarea.
Toma de decisiones: proceso de realizar una elección entre varias alternativas en función de nuestras necesidades, sopesando los resultados y las consecuencias de todas las opciones.
Estimación temporal: capacidad de calcular de manera aproximada el paso del tiempo y la duración de un suceso o actividad.
Ejecución dual: capacidad de realizar dos tareas al mismo tiempo (dichas tareas deben ser de diferente tipo), prestando atención a ambas de manera constante.
Multitarea: capacidad de organizar y realizar tareas óptimamente de manera simultánea, intercalándolas y sabiendo en qué punto están cada una en cada momento.”
Veamos otra cuestión: la fecha de escolarización de nuestros niños en España. Dejemos de lado lo de la obligatoriedad a los seis años.
Vamos a infantil: se escolarizan los niños que cumplen tres años en año que empieza el curso, es decir: curso 2017-2018, todos aquellos niños que hayan nacido en 2014. Un criterio numérico.
Pasemos a consideraciones. El año 2014 abarca doce meses, de enero a diciembre. El curso comienza en septiembre con lo que nos encontramos con niños que acuden al centro con tres años y nueve meses y otros con dos años y nueve meses. Es decir, doce meses de diferencia. El niño nacido el uno de enero estará a la misma aula que el nacido el treinta y uno de diciembre del mismo año. Doce meses en tres años es un tercio de la edad y un tercio de la madurez intelectual, afectiva y social del niño.
Por tanto, el criterio de enseñar a leer a los niños a tal o cual edad hace agua desde el principio. Pero este criterio no lo tienen en cuenta los papás cuando ven que su hijo no aprende con la misma rapidez que sus “iguales”.
Recuerdo una anécdota que nos ocurrió hace unos años. Nos llamaron para hacer una prueba de lectura comprensiva en un colegio (de cuyo nombre no quiero acordarme). Infantil 5 años. Dos aulas paralelas. Después de pasar la prueba y corregirla nos dispusimos a entregar los resultados. El aula A sacaba una ventaja sustancial al aula B. Y no es que una maestra o maestro fuera menor o peor o que llevara un método diferente, no. Solo era que el criterio para asignar a los niños fue la fecha de nacimiento, de manera que en una estaban los seis primeros meses y en la otra los seis últimos. El nivel de desarrollo no era el mismo, ni mucho menos.
Una última observación: ¿Si la lectura es un proceso tan complicado que requiere de tantos prerrequisitos, qué pasa si el niño tiene algún hándicap?
Respuesta sencilla: no aprenderá al ritmo de sus compañeros. Sin más. Y aquí es donde hay que adaptar el método al niño.
Una compañera mía, hace muchos años, utilizaba un método ecléctico: fonológico (sonido), gestual (tipo Micho) y global con niños en el aula de Pedagogía Terapéutica. Era una delicia ver cómo aquella niña de ocho años que no podía leer como sus iguales iba desgranando cada signo gráfico para componer una palabra. Y la cara de satisfacción cuando lo conseguía. Ojo, he dicho, una maestra de Educación Especial, una niña, un aula y un método. Tiempo, espacio y recursos. Desde luego, la niña en el aula no era capaz de leer al ritmo de sus compañeros.
Es la realidad de la lectura. Junto con la escritura son los dos logros mayores y base que realiza el niño en su recién comenzado tránsito por la escuela. Y por ello son los más exigido por la sociedad. Ninguna familia quiere que su hijo se quede atrás y tenga que ir a educación especial. Pero ocurre y vuelvo al ritmo de aprendizaje: el niño necesita su tiempo de maduración para ir adquiriendo las habilidades necesarias.
Incluso puede ser que tarde muchísimo más que los demás y por eso debemos buscar, adaptar y conseguir que el niño sonría cuando descifre una palabra. Que se le ilumine la cara al ser capaz de leer algo no tan complicado como lo que acabas de hacer tú.
Gracias.
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