En este post haré una reflexión sobre la influencia y la importancia de las emociones y de nuestro estado de ánimo en el aprendizaje.

En el proceso de aprendizaje de un sujeto, lo que abre la puerta a aprender son las emociones, facilitando así la consolidación de los recuerdos. Dentro del procesamiento de la información, juega un papel fundamental el sistema límbico (lo que sería el cerebro emocional). De esta manera, es esencial tener claro que el estado de ánimo de nuestro alumnado en su momento de aprendizaje, así como las emociones con que relacionen su trabajo, van a ser un factor determinante para todo su proceso de desarrollo.
Por tanto, para que un recuerdo perdure en la memoria ha de ir asociado a una emoción, a ser posibles positiva.

Teniendo un punto de mira más práctico, en mi caso, suelo estar alerta para percibir cómo se encuentran mis alumnos en todo momento. Para ello empleo la observación y conversación con ellos, así como el contacto constante con las familias y con el resto del equipo educativo. Relacionándolo con lo anterior, si mis alumnos no se encuentran bien, el aprendizaje va a ser más difícil y va a ir asociado a una situación negativa. Si por el contrario, su estado vital es positivo, el aprendizaje irá asociado con algo agradable.

En el día a día ha habido momentos en en los que, por mayor que haya sido mi empeño en trabajar algún aspecto, ha resultado difícil, por no decir imposible. Algo pasaba que estaba dificultando el proceso de aprendizaje de los chicos y chicas. En ese momento piensas ¿seré yo, que no sé llegar al alumno? ¿Será que no es su momento? Después de analizar un poco la situación llego a la conclusión de que hay alguna emoción o estado de ánimo que les está influyendo negativamente. Por tanto, claro, no es el momento de trabajar cosas nuevas o de mayor complejidad. Podremos aprovechar para afianzar otros aspectos. Pero no para abordar e iniciar el proceso de conceptos que requieran un gran esfuerzo.

A modo anecdótico, en alguna situación, un alumno me ha dicho: “Antonio, hoy no puedo hacer esto, no sé qué me pasa”. A veces, basta con el escucharles y adaptarnos a lo que demandan.

Si nos ponemos un poco en su lugar, y relacionando el tema de la emoción con nuestro trabajo, cuántas veces no nos habrá pasado que nos sentimos raros y no sabemos por qué. Hemos sido conscientes de que nuestro rendimiento en ese momento ha sido menor. Entonces hemos pensado que podríamos aprovechar ese momento para hacer otra tarea.

Por tanto, es esencial tener en cuenta dentro de la labor docente el papel de promotores de emociones que lleven a la consolidación de esos aprendizajes. Y muy reñida con las emociones se encuentra la motivación. Habremos de ser también un agente promotor de la motivación por las cosas nuevas y por el aprendizaje. Despertar su interés con cosas significativas para ellos y para ellas, adaptándonos como profesionales a su momento. Si asociamos el aprendizaje con aspectos y emociones positivos, la motivación aumentará. Si por el contrario se asocia a sensaciones desagradables, conseguiremos que esa motivación disminuya.

Al fin y al cabo, la enseñanza y el aprendizaje no son una receta en la que si seguimos unos pasos y usamos unos ingredientes llegamos al final. Se trata de ir combinando varios aspectos y jugando con esos ingredientes, para llegar al resultado.

 

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Antonio Alberto Fernández
Diplomado en Magisterio, especialidad en Educación Especial.

Licenciado en Psicopedagogía y con amplia experiencia

en Intervención Educativa en alumnos con discapacidad intelectual.