Hasta hace relativamente poco, la infancia se consideraba un periodo libre de enfermedades mentales, pero esta percepción ha cambiado drásticamente. Según la psiquiatra Iria Rodríguez, licenciada en Medicina y especialista en Psiquiatría en el Hospital Universitario de Guadalajara, la depresión también afecta a los más pequeños. Este estado emocional, que se manifiesta como una profunda tristeza y pérdida de interés, altera la capacidad del niño para realizar actividades cotidianas y puede acarrear un gran sufrimiento tanto para el menor como para su entorno.

Rodríguez, psiquiatra de la Fundación Querer, señala que la predisposición genética a padecer depresión existe, aunque no siempre se manifiesta. “Para que un paciente con antecedentes familiares termine padeciendo depresión, deben coincidir factores estresantes vitales, como la pérdida de seres queridos o cambios laborales”, explica. Además, muchos pacientes no presentan antecedentes familiares ni genéticos, lo que subraya la naturaleza multifactorial de la salud mental.

La psiquiatra también aclara que la depresión en niños y adolescentes no siempre se presenta como tristeza. “En muchos casos, los pacientes muestran irritabilidad, tendencia al conflicto y cambios de personalidad, lo que puede llevar a un infradiagnóstico”, advierte. El abordaje de esta patología debe ser diferente al de los adultos, tanto en el uso de medicación como en la psicoterapia, que debe incluir al entorno familiar.

Entre las causas más comunes de depresión en niños y adolescentes, Rodríguez menciona problemas con iguales, bullying, dificultades familiares y cambios en el entorno. “La discapacidad aumenta el riesgo de enfermedad mental”, agrega, destacando que los niños con discapacidades son más propensos a experimentar estrés y sufrimiento al hacerse conscientes de sus limitaciones.

Los padres desempeñan un papel crucial en el apoyo a sus hijos, siendo a menudo la voz de los pacientes que no pueden expresar su dolor. “Su capacidad de sostén y comprensión son fundamentales para el proceso de tratamiento y recuperación”, enfatiza.

Abordar la depresión en un niño con discapacidad plantea desafíos significativos. Rodríguez subraya la importancia de mantener al menor integrado en su rutina académica, evitando el aislamiento. “Cuando un paciente no puede mantener su actividad diaria, el tratamiento puede resultar ineficaz, y en ese caso, podría ser necesario un ingreso en un medio de tratamiento intensivo”, explica.

Los hospitales de día ofrecen un tratamiento psicoterapéutico valioso, aunque el uso de fármacos en menores es limitado y debe regirse por criterios de seguridad. “La idea es estabilizar al paciente con la menor dosis posible”, indica.

La psiquiatra también señala que la psicoterapia debe ser la primera opción terapéutica, integrando a la familia y al entorno escolar en el tratamiento. “Falta interoperabilidad entre los profesionales de la salud y los centros escolares, donde a menudo se presentan los primeros síntomas de alarma”, menciona.

Finalmente, Rodríguez enfatiza que no existen fórmulas mágicas para evitar la depresión, pero mantenerse físicamente activo y contar con un entorno social amplio puede actuar como factores protectores. “Es importante diferenciar entre una tristeza normal y una depresión, ya que en momentos de crisis, la tristeza es una emoción esperable”, concluye, reconociendo que la concienciación sobre salud mental es crucial, aunque las expresiones cotidianas pueden trivializar la enfermedad.