Hasta no hace mucho tiempo, se creía que la infancia, por su naturaleza, era un espacio libre de enfermedades mentales. Nada más lejos de la realidad. Estados emocionales como la depresión hacen mella también en los más pequeños de la casa. Los factores son múltiples y variados, pero la discapacidad puede ser un detonante muy potente. Verse limitado, incapacitado para ciertas acciones o actividades y fuera del entorno social en el que deberían desenvolverse puede provocar una depresión. Esta misma situación puede provocar una depresión en el entorno familiar del niño con discapacidad.
Por ello, y bajo el marco del mes de la Salud Mental, hablamos con la psiquiatra Iria Rodríguez. Es licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y especialista en Psiquiatría en Hospital Universitario de Guadalajara. Además, desde hace unos meses, Iría Rodríguez es la psiquiatra del Gabinete Multidisciplinar de la Fundación Querer.
P. El ciudadano de a pie lo asocia a una profunda tristeza, apatía… pero ¿qué es la depresión?
R. La depresión es un estado emocional que altera la capacidad de la persona para desempeñar sus actividades cotidianas, en el ámbito laboral, académico y personal. Es una pérdida de interés, de motivación, una tristeza profunda que va más allá de una falta de iniciativa. El paciente presenta una incapacidad profunda para mantener un proyecto vita. Detrás de un paciente deprimido siempre hay mucho sufrimiento personal y del entorno.
P. ¿Hay una predisposición genética a tener depresión o todos somos potenciales candidatos?
R. Los estudios longitudinales nos han mostrado que existe cierta predisposición genética a padecer enfermedades mentales; sin embargo aunque puedas heredar la predisposición a enfermar no siempre se cumple. Para que un paciente con antecedentes familiares de depresión termine padeciendo también tienen que coincidir factores estresantes vitales (a los que nos enfrentamos la mayoría de la población antes o después, tales como muertes de familiares, pérdidas laborales…) o factores traumáticos. Además existe un número elevado de pacientes que padecen depresión sin antecedentes familiares ni genéticos. La salud mental es multifactorial, de hecho factores sociales y económicos han demostrado ser desencadenantes fundamentales a la hora de padecer una enfermedad mental.
P. ¿La que pueden sufrir niños y adolescentes es igual que la de los adultos? ¿Hay diferencias?
R. Hasta hace relativamente poco tiempo, se pensaba en la infancia como una etapa libre de enfermedad mental; lo que nos llevaba a infradiagnosticar o a no tomar en consideración el sufrimiento de los menores. Debemos tener en cuenta que la depresión en niños y en adolescentes no siempre se manifiesta como tristeza y apatía. En muchos casos, los pacientes acuden a nuestras consultas manifestando una elevada irritabilidad, con cierta tendencia al conflicto y con cambios de personalidad -como mayor aislamiento- que pueden pasar desapercibidos porque coinciden con una etapa madurativa como la adolescencia en la que están presentes -pero en menor intensidad- los mismos síntomas que en los menores con un trastorno depresivo.
P. ¿El tipo abordaje de la depresión en niños y adolescentes también varía respecto al de los adultos?
R. El abordaje de la patología debe ser distinto que en adultos, empezando por la medicación -no todos los antidepresivos los podemos usar en menores- y siguiendo por la psicoterapia, que debería involucrar al entorno. En cualquier caso, un adolescente o niño que presenta un cambio brusco de personalidad, que se aísla, que pierde el interés por iguales y que se muestra irritable debería ser valorado por un especialista, ya sea psicólogo clínico o psiquiatra.
P. Entiendo que las causas son múltiples, pero ¿cuáles son las más habituales en niños y adolescentes?
R. Entre las causas desencadenantes más frecuentes nos encontramos con problemas con iguales, bullying o ciberbullying, problemas en el ámbito familiar, abuso de sustancias y agresiones y abuso sexuales. Otros factores desencadenantes pueden ser un cambio o mudanza en una edad complicada como la preadolescencia o carecer de un entorno estructurado, tanto a nivel académico, familiar como de amistades.
P. ¿La discapacidad puede ser un detonante de la depresión? Verse limitado, impedido, incomprendido…
R. La discapacidad aumenta el riesgo de enfermedad mental, porque los pacientes se ven expuestos a situaciones de mayor estrés vital, además de padecer mayor riesgo de exclusión social. Los pacientes con discapacidad, a medida que se hacen mayores, adquieren una mayor conciencia de las limitaciones funcionales y procedimentales que presentan y eso puede ser un factor de estrés y sufrimiento . El manejo de la frustración y trabajar en técnicas de resiliencia son fundamentales para estos pacientes.
P. ¿Cuáles son las señales que deben alertar a los padres de que algo no va adecuadamente?
R. Cambios bruscos de personalidad, mayor irritabilidad, aislamiento social, abandono de las actividades placenteras -tales como deporte o aficiones-, consumo de tóxicos, actividades que le pongan en riesgo la integridad física del paciente -consumo de tóxicos, ambientes delictivos-, fracaso académico y la irritabilidad.
P. ¿Qué papel juegan los padres de esos niños con discapacidad que, además, tienen una depresión?
R. Los padres son fundamentales en cualquier enfermedad, su apoyo , su capacidad de sostén y su comprensión son básicos. En el caso de la enfermedad mental son fundamentales para entender, apoyar y acompañar a los pacientes en el proceso de tratamiento y de recuperación. En el caso de menores con discapacidad, son indispensables. Los padres conocen mejor que nadie al menor y cuando acuden a la consulta saben que algo no va bien y lo exponen y explican con claridad, en muchos casos son la voz de los pacientes, ponen en palabras lo que ellos son incapaces de expresar.
P. ¿Qué reto implica abordar la depresión de un niño? ¿Y si, además, sufre alguna discapacidad intelectual?
R. El reto es importante. Debemos procurar un proceso de recuperación en el que el paciente permanezca funcional el mayor tiempo posible. Me explico. En adultos suele ser deseable un periodo de cese de actividad laboral. En este punto el paciente trabaja para su recuperación y puede “darse un tiempo para uno mismo”. En el caso de los menores, se busca que estén integrados en la rutina académica la mayor parte del tiempo posible, que no salgan del entorno, que puedan mantener rutinas y hábitos. Cuando el paciente no es capaz de mantener la actividad diaria, se produce fracaso académico o el tratamiento se muestra ineficaz, se debería proceder a un ingreso en un medio de tratamiento intensivo.
Los hospitales de día para menores y adolescentes favorecen un tratamiento intensivo a nivel psicoterápico que es valiosísimo para que el menor pueda recuperarse. A nivel farmacológico, no podemos hacer uso de todo de los mismo fármacos que en adultos. La Agencia Europea del Medicamento aprueba o desaconseja el uso de fármacos en menores y adolescentes y bajo mi criterio debemos guiarnos por criterios de seguridad farmacológica. La idea es mantener al paciente estable con la menor dosis de fármaco precisa.
P. ¿Cuáles son las técnicas o rutinas más empleadas con los niños?
R. La psicoterapia como primera opción terapéutica, siempre y en el caso de los menores con mayor intensidad. Integrar al entorno en el tratamiento es beneficioso, tanto a la familia como al centro escolar. Falta mucha interoperabilidad entre los profesionales de la salud y los centros escolares, en muchos casos los primeros síntomas de alarma se presentan en el centro escolar.
P. ¿Qué consejos daría para que aquellos niños con mayor ‘propensión’ (o factores que la desencadenen la depresión no caigan en ella?
R. No existen recetas para evitar la depresión. Lo que sí sabemos es que mantenerse activo físicamente, poseer un entorno social amplio con varios grupos de iguales y evitar tóxicos parecen actuar como factores protectores.
P. A veces, la sobreinformación puede ser contraproducente. Ahora que la salud mental está sobre la mesa en la mayoría de los ámbitos del día a día, ¿hay que tener especial cuidado con diferenciar una etapa más triste de una depresión? Puede que haya padres que pongan la etiqueta de depresión a una tristeza común.
R. Sin duda, en ocasiones puede resultar difícil de distinguir. Si no fuera así no existirían los profesionales de la salud mental. Existen momentos vitales en los que la tristeza no sólo es habitual, si no es esperable. Una ruptura amorosa, problemas familiares… son momentos en los que la tristeza es la emoción que prima. Este ánimo pseudodepresivo no es invalidante ni limita la funcionalidad del paciente.
P. La concienciación siempre es buena. No obstante, ¿cree que se puede caer en la banalización de la enfermedad con expresiones como: “Me entra una depresión de sólo pensarlo”. “Nos fuimos de viaje y sólo llovió. Menuda depresión de puente”.
R. Bajo mi punto de vista son expresiones que no presentan más importancia, forman parte de la dialéctica cotidiana. Hablar de salud mental es fundamental para poder conseguir que pacientes que estén sufriendo puedan acceder a una adecuada valoración y tratamiento. No es excluyente el uso de estas expresiones con la concienciación en enfermedad mental.
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