«Nosotros, “los normales”, vivimos centrados en arbitrariedades, costumbres inoperativas, seguridades frágiles y certezas inciertas. Nos aferramos a ellas para no enfrentarnos a la mayor de las obviedades: que en realidad no podemos controlar prácticamente nada.  Porque si mirásemos esta vida con la honestidad que cada uno se debe a sí mismo nos daríamos cuenta de que nuestra realidad es igual de caótica, si no más, que la de aquellos a quienes llamamos atípicos.»

 

Creo que alguna vez he hablado acerca del modo peculiar que tiene mi hijo para orientarse en el tiempo. Como si esos nombres de días de la semana, estaciones o  meses del año no fueran más que una tonadilla tan divertida de repetir como inútil, para decidir cómo situarse en el tiempo a él sólo parecen importarle tres cosas: si es de día o de noche, qué tiempo hace y qué fiesta será la próxima.  Así, si nuestro perrito verde nos pregunta: “¿Qué día es hoy?”  no espera escuchar una absurda arbitrariedad, como por ejemplo “martes” o “15 de diciembre”. Porque bien pensado, eso no le aporta ninguna información de utilidad. En cambio, “ya ha amanecido, está nublado y dentro de poco es Navidad” debe resultar mucho más ilustrativo y útil para anticipar – en ese caótico cerebro suyo- qué puede esperar del día que acaba de empezar.

Nosotros, “los normales”, vivimos centrados en arbitrariedades, costumbres inoperativas, seguridades frágiles y certezas inciertas. Nos aferramos a ellas para no enfrentarnos a la mayor de las obviedades: que en realidad no podemos controlar prácticamente nada.  Porque si mirásemos esta vida con la honestidad que cada uno se debe a sí mismo nos daríamos cuenta de que nuestra realidad es igual de caótica, si no más, que la de aquellos a quienes llamamos atípicos.

Este año, el 2020, nos ha pegado en la cara con esa realidad que nos negábamos a ver. De pronto, todo lo que creíamos estable ha resultado no serlo. Incluso en el mejor de los escenarios posibles en una cruel pandemia (que todos nuestros seres queridos hayan preservado la salud y que no haya faltado comida en los platos de nuestros hijos), 2020 ha sido un desafío colectivo. Hemos vivido el miedo de sentirnos en peligro, de no saber qué estaba pasando, de no saber qué sucedería con nosotros al día siguiente.  Nos ha dolido casi físicamente no poder abrazarnos, tocarnos, besarnos.  Hemos visto cambiar el aspecto de nuestras ciudades y nuestra gente -con media cara tapada- de pronto nos han parecido extraños. Hemos estado encerrados, hemos sentido desesperación, hemos llorado y gritado.  Hemos perdido, o nos han quitado, los papeles.

 

«Este año, el 2020, nos ha pegado en la cara con esa realidad que nos negábamos a ver. De pronto, todo lo que creíamos estable ha resultado no serlo. Incluso en el mejor de los escenarios posibles en una cruel pandemia (que todos nuestros seres queridos hayan preservado la salud y que no haya faltado comida en los platos de nuestros hijos), 2020 ha sido un desafío colectivo. Hemos vivido el miedo de sentirnos en peligro, de no saber qué estaba pasando, de no saber qué sucedería con nosotros al día siguiente.  Nos ha dolido casi físicamente no poder abrazarnos, tocarnos, besarnos.  Hemos visto cambiar el aspecto de nuestras ciudades y nuestra gente -con media cara tapada- de pronto nos han parecido extraños. Hemos estado encerrados, hemos sentido desesperación, hemos llorado y gritado.  Hemos perdido, o nos han quitado, los papeles.»

 

“He perdido sin quererlo los papeles que me diste antes de ayer / donde estaban apuntados los secretos pa’ que todo fuera bien”

Desde hace más de 4500 años, el calendario chino organiza el tiempo de un modo que a los occidentales puede parecernos un tanto peculiar: en ciclos de doce años, cada uno de ellos regido por un animal distintivo.  Según este sistema, 2020 ha sido el año de la rata. No obstante, yo diría que este ha sido sin duda el año de la tortuga.

Una de las canciones estrella de mi playlist para días grises es “El secreto de las tortugas”, de Maldita Nerea. Me da un chute de energía de tal calibre que sólo de escuchar los primeros acordes ya se me mueven solos los pies. Pero además la letra transmite un mensaje realmente profundo: la vida empieza cuando se nos rompen los esquemas y tenemos que improvisar. Cuando una crisis hace que nuestro guion de vida salga volando por los aires, no tenemos más remedio que parar, respirar y ponernos a escribir otro nuevo; aunque esta vez con la recién adquirida convicción de que los guiones, por buenos que sean, acabarán por no servir. Que la vida es afrontar, es adaptarse al caos e improvisar. Y que para ser capaz de ver eso hay que frenar, ponerse a velocidad tortuga. 

2020 nos ha frenado. Nos ha encerrado en casa, con nuestras familias y con nosotros mismos. Nos ha puesto frente al espejo, cosa que casi nunca es fácil. Nos ha hecho respirar, ver nuestra vida con perspectiva. Apreciar la vida en medio de tanta, pero tantísima muerte camuflada en unas impersonales cifras ante las que nos hemos desensibilizado. Hemos pasado días enteros con nuestros hijos. En algunos casos les hemos visto desarrollarse y florecer. En otros, hemos tenido momentos durísimos que nos han forzado a crecer a nosotros.  Y quizá hemos descubierto que todo lo que necesitábamos en la vida era tiempo para escucharnos, para descubrirnos, para aceptarnos.  Para discutir y no tener más remedio que resolver diferencias. Para reconocer nuestras fortalezas. Para empatizar con las debilidades y necesidades de los demás. Para agradecer –esta vez de verdad- que estamos vivos.

 

«2020 nos ha frenado. Nos ha encerrado en casa, con nuestras familias y con nosotros mismos. Nos ha puesto frente al espejo, cosa que casi nunca es fácil. Nos ha hecho respirar, ver nuestra vida con perspectiva. Apreciar la vida en medio de tanta, pero tantísima muerte camuflada en unas impersonales cifras ante las que nos hemos desensibilizado. Hemos pasado días enteros con nuestros hijos. En algunos casos les hemos visto desarrollarse y florecer. En otros, hemos tenido momentos durísimos que nos han forzado a crecer a nosotros.  Y quizá hemos descubierto que todo lo que necesitábamos en la vida era tiempo para escucharnos, para descubrirnos, para aceptarnos.  Para discutir y no tener más remedio que resolver diferencias. Para reconocer nuestras fortalezas. Para empatizar con las debilidades y necesidades de los demás. Para agradecer –esta vez de verdad- que estamos vivos.»

 

Este 2020 extraño, tan duro y crispado. Este año en el que hemos descubierto que todo cuanto creíamos sólido no eran sino arenas movedizas.  Este año incomprensible, cambiante, de incertidumbre y miedo.  Puede que este haya sido el año en que la experiencia colectiva ha sido más parecida a la que experimentan nuestros hijos con trastornos de neurodesarrollo de forma habitual: un mundo que no reconocemos, con el que no sabemos comunicarnos y que nos resulta amenazante hasta tal punto que nos aferramos obsesivamente a rutinas y convencionalismos que ahora son inútiles, pero que nos aportan seguridad.

Quizá deberíamos mostrar a este 2020, el año más denostado de la historia reciente, cierto respeto y hasta agradecimiento.  Porque si hemos sabido mirarlo de frente, probablemente hemos aprendido más sobre nosotros mismos en este año que en los 10 anteriores.

“Hemos sobrevivido, aunque no sé bien a qué / Y es que andábamos tan perdidos que no podíamos ver / La alegría que se lleva el miedo/ Los buenos ratos, el sol de enero/ Ver contigo cada amanecer… “

Por eso, y porque este año me han pasado (también) cosas increíbles, no puedo terminar este 2020 de otro modo que agradeciendo.

– A las personas que forman la Fundación Querer y El Cole de Celia y Pepe, por dejarse la piel en demostrar que una educación de calidad para los niños con discapacidad por trastornos neurológicos es posible.

– A Pilar García de la Granja, por darme la confianza (y el honor) de desarrollar este blog.

– A Blanca y a Eva, que hacen magia para que mis textos queden bonitos y salgan a las redes.

– A todos los que me leéis semana a semana (aún me parece increíble).  A la maravillosa comunidad de familias peleonas que se han acercado a este blog.  A los que me habéis confiado vuestras historias, de las que tanto he aprendido. A los que día a día me demostráis que no estamos solos…

– A Aurora, a María, a Erika, a Álex, a Mª Ángeles… y a todos los que, como ellos, se están dejando la vida en UCIs, Unidades de Hospitalización, Servicios de Urgencias y Centros de Atención Primaria para salvar las vidas de otros (que nunca, nunca se os olvide por qué les aplaudíamos a las 8).

– A mi familia, la de sangre y la que la vida me ha puesto en el camino, por estar tan presente en este 2020 que nos ha condenado a las ausencias.

– A mis tres chicos, por este año y por siempre.

– A mi perrito verde, por dejarme ser tu aprendiz.

Ah, y un último consejo en calidad de mamá más pesada, si cabe, que peleona. Éstas no son unas navidades cualquiera: nos jugamos muchísimo. Seamos capaces de seguir en velocidad tortuga, cuidémonos y seamos razonables. De nosotros depende que vengan tiempos mejores en los que podamos celebrar la vida con la intensidad que se merece.  Pero ahora, muchísima precaución: os quiero a todos sanos, enteros y cerquita para este 2021.

“Y suena bien, parece que nos hemos convencido / sólo tenemos que perder velocidad / hace ya tiempo que no estamos divididos / algo sobraba cuando echamos a volar”

FELIZ NAVIDAD.

 

Doctora Elena Benítez Cerezo
Médico Psiquiatra – Hospital Universitario Virgen de la Salud (Elda)

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