Me gustaría, en esta ocasión, compartir con vosotros unas reflexiones acerca de la autoestima en los niños con necesidades educativas especiales. Es curioso cómo la autoestima se ha revelado a lo largo de los años como un factor esencial en el ser humano y necesario para su desarrollo integral. Además, es un término que se utiliza con frecuencia para expresar o justificar, en numerosas ocasiones, el comportamiento de alguien de nuestro entorno, «culpándola» de las consecuencias o actitudes que alguien posee. Sin embargo, ¿sabemos de lo que se está hablando? ¿Somos conscientes de su significado?

 

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Es indudable que el término ha sobrepasado con creces el ámbito clínico instalándose en nuestra sociedad para quedarse, formando así parte de nuestras vidas. Pero es necesario que delimitemos dicho concepto para poder hablar con propiedad; que sepamos lo que decimos y cuándo utilizarlo.
Este no es, ni mucho menos, un tema baladí. En el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-V) la autoestima se manifiesta en un buen número de trastornos como factor predisponente o mantenedor de dichos desórdenes. Así pues, alteraciones en la misma provocan, tanto en la etapa infantil como adolescente o adulta, numerosos trastornos, entre los que se podrían destacar la hiperactividad, problemas alimentarios, depresión o ansiedad (González Martínez, 1999).

Por tanto, ¿qué es la autoestima? No son pocos los profesionales en el campo de la Psicología que han dedicado buena parte de sus trabajos al estudio y reflexión sobre el tema. Sin embargo, y a pesar de esto, es evidente que todavía queda un largo camino por recorrer en este campo. Hemos de señalar que, en demasiadas ocasiones, se tienden a emplear como similares, conceptos que, si bien es cierto tienen mucho en común, difieren sobremanera. Así, autoconcepto, autoimagen, concepto de sí mismo o autoconfiguración se manejan arbitrariamente para referirse a la autoestima sin ser este el modo más apropiado.

Oscar Wilde dijo que “el amor a uno mismo es el comienzo de un romance que dura toda la vida”; es inevitable dibujar una sonrisa al leerla, pero entraña una realidad que, aunque pueda resultar jactanciosa, no lo es. Tal y como indica González Martínez la valoración que un sujeto va a hacer de sí mismo puede ser positiva o negativa, alta o baja, adecuada o inadecuada (…) en la medida en que un sujeto piensa positivamente de sí mismo, se acepta y se siente competente para afrontar los retos y responsabilidades que la vida le plantea

De este modo, su autoestima será alta. Por el contrario, cuando un sujeto piensa negativamente sobre sí mismo, se rechaza y desprecia, se considera incapaz de resolver con éxito cualquier tarea o situación, su autoestima es baja». Al hilo de esta reflexión, Polaino-Lorente expresa la necesidad de que el ser humano se base en un conocimiento real a la hora de conocerse a sí mismo. El conocimiento vago o distorsionado dará lugar a que el sujeto centre su atención sólo en sus aspectos negativos, dejando a un lado los positivos.

Si bien, tal y como indica Polaino-Lorente, nos encontramos ante un tema y un término ambiguo y complejo, son varios los autores que han tratado de definirlo y estudiarlo en profundidad. Nos quedaremos con la definición dada por él: “es la creencia acerca del propio valor, susceptible de dar origen y configurar ciertos sentimientos relevantes acerca de uno mismo y a través de ellos del propio concepto personal, de los demás y del mundo». Habría que señalar, además, que esa atribución de valor acerca de uno mismo en muchas ocasiones dependerá de las atribuciones que los demás hayan hecho de esa persona. Además, la autoestima es, un concepto cambiante que va transformándose a lo largo de nuestra vida en función, no solo del devenir lógico del ser humano, sino de los cambios que acontecen en determinadas variables culturales (estereotipo, estilos de vida, modas, etc.).

Sin embargo, qué difícil resulta lo anteriormente mencionado: ¿quién no trata desesperadamente de ser aceptado por los demás?, ¿quién no busca la aprobación de los compañeros de clase, sobre todo en los primeros años escolares? y no digamos en la etapa de la adolescencia, en la que el joven busca protección y cobijo en el grupo; incluso los adultos tratan de ser aceptados en determinados grupos sociales pues no es fácil que la persona experimente su propio valor al abrigo de una sociedad en la que la capacidad económica se sitúa muchas veces por encima de los valores humanos.

Pero, ¿qué podemos decir de la autoestima en el ámbito de la discapacidad? Por lo general, el alumno con necesidades educativas especiales presenta una baja autoestima y es lógico que esto interfiera en las relaciones que establezca tanto con sus iguales como con el resto de la sociedad.
Hace aproximadamente quince o veinte años, la integración escolar de alumnos con discapacidad fue objeto de debate y controversia. Hoy es una realidad, siendo muchos los alumnos con déficits que se benefician de la enseñanza en centros ordinarios. Aunque este no es el tema que nos ocupa, es necesario reflexionar sobre qué consecuencias tiene sobre el alumno con discapacidad el trascurrir de su vida escolar en un colegio ordinario o en un colegio de educación especial. Consecuencias, sobre todo, en el área de la autoestima.

En este sentido, García Gómez y Cabezas Moreno (1998) apuntan cómo investigaciones llevadas a cabo evidencian que los alumnos integrados en aulas de escuelas ordinarias poseen un autoconcepto más bajo que aquellos que se encuentran en grupos segregados. Estos mismos autores citan los estudios realizados por Monjas, Arias y Verdugo (1992) en los que llegan a la conclusión de que los alumnos con necesidades educativas especiales integrados en aulas ordinarias son alumnos con bajo nivel de aceptación social.

Como ya comentamos al comienzo del artículo, la atribución de valor acerca de uno mismo en muchas ocasiones dependerá de las atribuciones que los demás hagan de esa persona. En esta misma línea se sitúan las variables analizadas por Díaz-Aguado (1992) en sus estudios sobre la autoestima. Como variables más significativas, enumera las relaciones con los otros significativos, los procesos de comparación social y, por último, los éxitos y fracasos en la escuela y en la vida en general.

En cuanto a las relaciones con los otros significativos, se refiere a la importancia de ofrecer al alumno una imagen positiva. El autoconcepto que un niño tenga de sí mismo, en numerosas ocasiones dependerá del concepto que sus compañeros y personas adultas con las que interacciona (padres y profesores) tengan de él. La segunda variable reviste gran importancia para el alumno inmerso en un particular entorno donde los acontecimientos más importantes son las relaciones que se establecen entre los compañeros.

En este sentido, Díaz-Aguado, Martínez y Baraja (1992), señalan cómo «los procesos de comparación social representan una de las principales fuentes de información de las que dispone el alumno para desarrollar su sentido de autoeficacia. Hasta los 7 u 8 años, los alumnos se fijan en sus compañeros para obtener información que les permita realizar mejor su tarea (para imitarles). A partir de dicha edad, el alumno comienza a hacer inferencias sobre su propia competencia a partir de la comparación con el rendimiento que observa en sus compañeros; proceso que parece ser bastante sofisticado y complejo».

Las consecuencias en el ámbito de la educación especial son indiscutibles. En el caso de alumnos integrados en las aulas ordinarias, los procesos de comparación que lleven a cabo con el resto de sus compañeros serán negativos, tanto a nivel de rendimiento académico como de interacción social, pues una de las dificultades con las que se encuentra el alumno con discapacidad es que el único grupo de referencia con el que cuenta en el proceso de comparación es el de los alumnos sin discapacidad.

Por último, la tercera de las variables, éxitos y fracasos en la vida escolar y en otros aspectos de la vida en general, hace referencia a la importancia de los éxitos obtenidos para ir forjando una autoestima sólida. El alumno, frente al éxito, se siente más seguro aumentando así la sensación de eficacia. Cuando trasladamos estas premisas al ámbito de la discapacidad, los resultados son diametralmente opuestos: una de las características más comunes de estos alumnos es la ausencia de éxito en el ámbito escolar, lo que le abocará a sentirse un fracasado.
Son muchos los autores que al describir las características de los niños con discapacidad enumeran la baja autoestima como un rasgo a tener en cuenta y, por tanto, a tratar de subsanar.

Así, Liello (2008) afirma que las etapas más difíciles para aceptar una discapacidad serían la niñez y la adolescencia. Uno de los motivos fundamentales se debería al ferviente deseo de ser aceptados como personas, y no como personas con déficits. Ya señalamos que el ser humano, además de sentirse bien consigo mismo, desea ser aceptado, querido y respetado por los demás. Sin embargo, la discapacidad parece ser el foco de atención, algo que el niño percibe y rechaza de plano; quiere ser aceptado por lo que hace, y no por lo que es; no quiere que sus iguales sientan lástima por él, quiere sentirse uno más a pesar de su discapacidad; quiere, en definitiva, ser como los demás. Es por todos sabido y experimentado que las personas con discapacidad no quieren que sintamos compasión por ellas. Para ellos, esta compasión o lástima es fruto de su incompetencia, de modo que huyen de esas sensaciones.

Junto a los sentimientos que despiertan en ellos estas actitudes, se debería también tener en cuenta la esfera familiar, ya que, en el desarrollo y crecimiento del niño, adquiere un papel esencial. Tal y como señala Liello (2008), los padres, una vez superado el trauma inicial, viven de manera natural la discapacidad de su hijo y están acostumbrados a verle. Sin embargo, esto no es experimentado de igual manera por alguien de fuera de su entorno. De manera que el papel de los padres no será otro que preparar al niño para enfrentarse a estas situaciones de modo adecuado. ¿Cómo?: dotándole de las estrategias que le ayuden a resolver los conflictos que puedan sobrevenirle.
Por ello, la familia deberá ayudar al niño a aceptar su diferencia; resulta imprescindible para el logro de una adecuada autoestima que sea consciente de sus limitaciones. Únicamente así podrá desarrollar al máximo sus potencialidades y luchar por sus derechos.

 

familia y escuela

 

 

 

BEATRIZ-LOMODELOLMO

Beatriz Lomo del Olmo
Jefa de Estudios del Cole de Celia y Pepe