«… nos habíamos visto apenas un par de veces cuando se acercó a hablar conmigo al principio de aquel curso. No recuerdo cómo ni por qué fue, pero supongo que las chimpancés heridas nos reconocemos entre nosotras. En pocos minutos me di cuenta de lo que admiraba a Tere y lo agradecida que estaba a la vida por ponérmela en el camino. Tere se ha partido la cara por su hijo pero también – y con el mismo empeño- por el mío y por otros niños con necesidades educativas especiales del cole. Tere, como La Vieille, se ha subido a mi hijo a la espalda cuando le ha visto perdido, le ha ayudado a caminar y se ha enfrentado a los líderes de la manada cuando ha sentido que no se estaba tratando bien a mi hijo. Y lo ha hecho sin tener por qué, sin nada que ganar salvo “puntos” que añadir a su apelativo de “mujer difícil”. Lo ha hecho sin que nadie se lo pidiera, y con el mismo tesón y el mismo amor que pone cuando se trata de su propio hijo.»

 

“En realidad, no hace falta gran cosa para que te consideren una mujer difícil”, dijo una vez Jane Goodall, “por eso somos tantas”. Para quienes no la conozcáis, Jane Goodall es una de las grandes eruditas en primatología de la historia. Mientras que Dian Fossey, otra de las primatólogas más ilustres, dedicó su vida al estudio de los gorilas (quizá la recordéis interpretada por Sigourney Weaver en la película “Gorilas en la Niebla”), el campo de interés de Goodall son los chimpancés. Con apenas 26 años y el firme propósito de descubrir las claves del comportamiento de nuestros primos hermanos los chimpancés, la londinense Jane se plantó en Tanzania en 1960. No dejó que nada ni nadie la convenciera de que aquella no fuera tarea ni aquel lugar para una jovencita. Sus descubrimientos desafiaron el conocimiento que hasta entonces se creía tener del comportamiento de los primates superiores y Jane Goodall, contra muchos pronósticos, hizo historia.

Una de las cosas que más fascinó a Goodall cuando comenzó a observar a los chimpancés fue la relación entre las madres y sus crías. Entre sus innumerables descubrimientos –muchos de los cuales son extrapolables a la crianza humana – descubrió que existían hembras de chimpancé con una fuerte tendencia a adoptar crías. El más claro exponente de estas madres adoptivas fue La Vieille, una chimpancé acogida en el centro de rehabilitación de primates de Goodall tras una historia de maltrato terrible. Cuando comenzó a ganar confianza, sus cuidadores la situaron en el recinto de las crías y muy pronto descubrieron que La Vieille  tenía una especial sensibilidad y paciencia con ellas, pero muy especialmente con las crías enfermas, “problemáticas” o con dificultades de adaptación. La Vieille fue parte indispensable en el tratamiento y rehabilitación de muchas de estas crías desclasadas. Las criaba como propias, las defendía como propias, las amaba como propias y – considerando la proximidad genética entre el chimpancé y el ser humano-  no es descabellado inferir que le dolían como propias.

«Una de las cosas que más fascinó a Goodall cuando comenzó a observar a los chimpancés fue la relación entre las madres y sus crías. Entre sus innumerables descubrimientos –muchos de los cuales son extrapolables a la crianza humana – descubrió que existían hembras de chimpancé con una fuerte tendencia a adoptar crías. El más claro exponente de estas madres adoptivas fue La Vieille, una chimpancé acogida en el centro de rehabilitación de primates de Goodall tras una historia de maltrato terrible. Cuando comenzó a ganar confianza, sus cuidadores la situaron en el recinto de las crías y muy pronto descubrieron que La Vieille  tenía una especial sensibilidad y paciencia con ellas, pero muy especialmente con las crías enfermas, “problemáticas” o con dificultades de adaptación. La Vieille fue parte indispensable en el tratamiento y rehabilitación de muchas de estas crías desclasadas. Las criaba como propias, las defendía como propias, las amaba como propias y – considerando la proximidad genética entre el chimpancé y el ser humano-  no es descabellado inferir que le dolían como propias.»

Estamos mucho más próximos a los chimpancés de lo que creemos, sólo han cambiado los escenarios: ahora la jungla es de asfalto, y en ausencia de predadores naturales los peligros vienen de nuestra propia especie, pero también en ella encontramos consuelo, ayuda y aliados.

En  la jungla del cole yo encontré a una mujer difícil, muy difícil, de las que describía Goodall. Una madre en sentido amplio de la palabra, tan madre que lleva el amor de sus hijos literal y metafóricamente tatuado en la piel. Una mamá peleona de verdad (no como yo, que soy un poco impostora), que luchó a muerte desde el minuto cero por y con su hijo, un auténtico león que nació con todo en contra y que salió adelante poniéndose con su esfuerzo los vientos a favor. Una mamá a la que he visto llorar de rabia e impotencia en la puerta del cole, para a continuación secarse las lágrimas, ponerse el casco y las pinturas de guerra y volver a trincheras para seguir peleando: “por mi hijo, por el tuyo y por todos los que vendrán”, como me dice siempre.

Ella es Teresa, Tere, “la Tere”. Yo tengo la teoría de que no hay una Teresa mala, y si la hay, es la excepción que confirma la regla. Tere era mi querida abuela, la mejor persona que jamás conoceré; que se marchó cuando mi hijo mayor aún crecía en mi interior y tuvo que volver a visitarme en sueños para conocerle y asegurarme que todo iría bien.  Teresa es mi tía y  Teresas son también dos de esas hermanas que no te da la sangre pero sí la vida: enmarcadas en mi salón sólo están las fotos de otros tres niños que no son míos, pero como si lo fueran: los hijos de mi Teresa y de mi Maite.

Volviendo a mi otra Tere, nos habíamos visto apenas un par de veces cuando se acercó a hablar conmigo al principio de aquel curso. No recuerdo cómo ni por qué fue, pero supongo que las chimpancés heridas nos reconocemos entre nosotras. En pocos minutos me di cuenta de lo que admiraba a Tere y lo agradecida que estaba a la vida por ponérmela en el camino. Tere se ha partido la cara por su hijo pero también – y con el mismo empeño- por el mío y por otros niños con necesidades educativas especiales del cole. Tere, como La Vieille, se ha subido a mi hijo a la espalda cuando le ha visto perdido, le ha ayudado a caminar y se ha enfrentado a los líderes de la manada cuando ha sentido que no se estaba tratando bien a mi hijo. Y lo ha hecho sin tener por qué, sin nada que ganar salvo “puntos” que añadir a su apelativo de “mujer difícil”. Lo ha hecho sin que nadie se lo pidiera, y con el mismo tesón y el mismo amor que pone cuando se trata de su propio hijo.

En mi ciudad, “la Tere” es un referente entre las familias de niños con discapacidad, enfermedades raras y trastornos del neurodesarrollo. Se lee toda la normativa, se sabe de pe a pa todos los decretos ley, conoce a todo el que es alguien en el mundo de la discapacidad, sabe todos los recursos que hay, todas las puertas a las que hay que llamar. Y nada, pero nada se lo guarda para ella. Es generosa hasta el extremo, se indigna si le cuentan que un niño con discapacidad ha sufrido una injusticia y se involucra en pelear por él como si fuera de su sangre. Transmite energía a las familias que desfallecen, reparte entusiasmo, simpatía y buen rollo como un maná sin fin. Pero a la hora de reclamar, es la más peleona de las peleonas, toda una “mujer difícil”.

«En mi ciudad, “la Tere” es un referente entre las familias de niños con discapacidad, enfermedades raras y trastornos del neurodesarrollo. Se lee toda la normativa, se sabe de pe a pa todos los decretos ley, conoce a todo el que es alguien en el mundo de la discapacidad, sabe todos los recursos que hay, todas las puertas a las que hay que llamar. Y nada, pero nada se lo guarda para ella. Es generosa hasta el extremo, se indigna si le cuentan que un niño con discapacidad ha sufrido una injusticia y se involucra en pelear por él como si fuera de su sangre. Transmite energía a las familias que desfallecen, reparte entusiasmo, simpatía y buen rollo como un maná sin fin. Pero a la hora de reclamar, es la más peleona de las peleonas, toda una “mujer difícil”.»

En la jungla del cole, decía, tener a Tere cerca ha sido un regalo. Yo siempre le digo que es como si ella fuera  delante de mí en la selva,  desbrozando a machetazos la maleza selvática y espantando a las alimañas; y detrás fuera yo, por el camino que ella ya ha allanado, vestida de exploradora estupenda como Katy Perry en aquel vídeo musical  y quejándome del calor y los mosquitos (https://www.youtube.com/watch?v=CevxZvSJLk8).

Llega el fin de curso, amargo como todos los años porque viene a darme de bruces con la realidad: las notas, las evaluaciones psicopedagógicas, la constatación –una vez más- de que cada vez a mi hijo le va a costar todo un poco más. Y este año se une otra amargura: Tere, mi Tere, se lleva a sus hijos a otro cole. Siento pena  -pero sobre todo rabia-  porque este centro, autodenominado “inclusivo”, no ha estado ni mínimamente a la altura de las circunstancias con el hijo de Tere. Y aunque sepa que es lo mejor para ellos, para toda la familia, una no puede evitar pensar en lo sola que se queda en la batalla.

Gracias infinitas a ti, nuestra Tere, y a todas las Teres del mundo. Seguiré la pelea “por mi hijo, por el tuyo y por todos los que vendrán”, pero también para honrar (honrarnos) a todas las “mujeres difíciles”.  

 

Doctora Elena Benítez Cerezo
Médico Psiquiatra – Hospital Universitario Virgen de la Salud (Elda)

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